A la luz del Sol de Noche

En primer lugar, Señor juez, quiero agradecer la oportunidad de presentar mi visión de los hechos. Hace casi un año, mi esposa, mis dos hijos y yo nos vimos, por así decirlo, obligados a convertirnos en caseros en la propiedad de Rogelio. Antes de esto, yo trabajaba en una fábrica textil. Sin embargo, debido a la crisis económica, la fábrica quebró y nos encontramos sin empleo ni hogar. Nos vimos forzados a tomar lo poco que teníamos y dejar la casita que alquilábamos. Por suerte, vi una publicación en el diario en la que solicitaban caseros para un campo y logramos conseguir el empleo.

¡Qué alivio sentimos al saber que no terminaríamos durmiendo en la calle, que tendríamos una posibilidad de salir adelante! Sentimos una gran alegría al saber que teníamos una segunda oportunidad: esa casa nos esperaba a los cuatro.

Nuestro salario consistía en la vivienda en la que residíamos y en los productos que cosechábamos. El campo contaba con una gran variedad de árboles frutales y gallinas ponedoras, de los cuales nos encargábamos de recolectar los frutos y huevos. Posteriormente, nos dedicábamos a venderlos en los comercios cercanos de la zona. De esta manera, nos asegurábamos de obtener ingresos para poder subsistir.

Nada fue fácil; nos enfrentamos a una casa que se caía a pedazos. Con cada tormenta, llovía más adentro que afuera. Rogelio nunca se hizo cargo de nada. Él nos decía: “Vendé una gallina y arreglá el techo, vendé limones y arreglá el techo, vendé naranjas y arreglá el techo”. ¿! Sabe usted, señor juez¡?, ¿¡cuántas gallinas, cuantos limones y cuantas naranjas hay que vender para arreglar un techo!? Pero con eso apenas podíamos comer. ¿Quién puede creer que cuatro personas pueden subsistir únicamente con limones, naranjas y unos míseros huevos podridos?

No solo la casa se caía a pedazos, había meses que los árboles no daban una sola fruta. Mientras el cielo raso se seguía cayendo, cada tanto entraban por la madrugada y se robaban las gallinas. ¿Y usted, qué piensa que me decía Rogelio?: “seguro que te las llevaste, las vendiste y me querés venir a pedir plata a mí”.

Mi esposa me decía que era mi culpa, que tendría que haber conseguido otro trabajo. Que nunca tendríamos que haber ido a vivir a esa casa sucia. Mis hijos me decían que tendría que haber arreglado el corral para que no se roben las gallinas. ¿Con qué alambrado, señor Juez, con qué alambrado? ¿¡Con qué plata!?

Todos los días era lo mismo, casi no quedaban gallinas, apenas quedaban frutas para cosechar, el techo se seguía cayendo. Pero ellos me seguían reprochando que todo era mi culpa.  ¿¡Mi culpa, con todo lo que hice por ellos!? Ese día llovía torrencialmente, un cacho enorme de cielo raso se cayó arriba de la heladera, se cortó la luz. Pero ellos seguían gritando, me seguían culpando por todo. A la luz del Sol de Noche y la sonata de sus gritos agarré mi escopeta y no gritaron nunca más.

Autora: Trinidad Gallardo

Imagen: stockcake.com


[1] Sol de Noche: velador a Kerosene